sábado, 6 de marzo de 2021

El pimiento rojo, crudo y a mordiscos

La implicación emocional con el otro es un camino incierto, donde cualquier dato carente de importancia en otro contexto, se empieza a valorar con gran ternura y grandeza. Y es que, a pesar de todo, jamás he vuelto a ser la misma al trocear esta hortaliza. Siento más punzante que el cuchillo que sostengo en la mano las innumerables escenas que pasan por mi cabeza, donde tu fragilidad se comienza a desvanecer con pequeños detalles que jamás fueron verbalizados. Deseos personales decías, que parecían que nunca encajaban en otra conversación, pero que en esta casaba a la perfección. Conversaciones, una detrás de otra, deseos comunes, planes presentes y corazones ardientes. Todo estaba en perfecta conjunción, hasta que mis manías con los olores y el orden te dejaron de parecer tiernos a chirriantes, y tu movimiento de manos cada vez que me saludabas me empezaba a poner nerviosa. Fue un punto amargo, un desaliento personal donde la palabra resiliencia comenzó a tener cabida en mi vocabulario mental. Pero en esta historia, la decepción estaba justificada. El agotamiento radicalizaba en tu yo personal, y lo más duro fue ser consciente del detonante desde el silencio. Tu te agotaste, como las entradas de conciertos improvisados a los que jamás volveríamos a acudir, a noches enteras encadenando listas de reproducción, solo escuchando y sintiendo, en silencio. Metáforas sonoras y sensoriales, al igual que las historias que narrábamos en visitas a museos, improbables pero más divertidas que las descripciones de esos cuadros del Museo Del Prado. La distancia fue difícil, y tomé decisiones que me hacen estar en un aquí y ahora completamente distinto a lo que imaginaba en su momento. A nivel personal, ¿he crecido? Solo justifico todas las vivencias en aprendizajes sobre los otros, a través de los cuales me puedo percibir y conocer más a mi misma. El proceso siempre deja un cierto desaliento, y esta vez fue más largo de los esperado. Me costó soltar a alguien al que le caracterizaba lo que para mí es el valor más imprescindible en cualquier persona, una moral impecable e inquebrantable. Era algo que te enorgullecía, hasta que ese pragmatismo te hizo que fueran doctrinas tan difíciles de llevar a la práctica, que fue más fácil un adiós no verbalizado. Aún recuerdo el último paseo teñido con cinismo, pero no te lo tengo en cuenta, al final el café corrió por tu cuenta...mismo lugar, distinta sensación. Así quedó todo, con un último beso en la frente, y au revoir riquiña. Hoy, 6 de marzo de 2021, decidiste cumplir con ese adiós de verdad, aunque siempre desde el silencio, claro. Como tantas veces he pensado, es lo más elocuente de toda la realidad que se pueda percibir.

viernes, 16 de febrero de 2018

¿Preguntas superficiales o respuestas vacías?

La impersonalidad me lleva abrumando un tiempo incierto. Su inexactitud temporal me impide discernir con claridad el causante de dicha predisposición. Me he abandonado a la temporalidad rutinaria, vagando por lugares, tiempos, sonidos y hechos establecidos por la monotonía. La falta de motivación alguna era palpable, evidenciando incluso un punto en el que nada parecía importarme. Me daban igual la imperfección o lo incorrecto, ya que la búsqueda de todas sus contrariedades no parecían evocarme nada satisfactorio. El continuo abandono al acontecer rutinario me llevó a generar una sensación de confianza, delegando mi porvenir al momento. En este proceso de sueño lúcido me dejé guiar por un atardecer que pronto dejó a su alrededor la penumbra típica de las 19.00 de una tarde en pleno invierno peninsular. La oscuridad venía acompañada de un candescente frío, que de manera inverosímil, me transmitía una calurosa tranquilidad. 

Fue en este contexto donde decidí conscientemente romper con la inconsciencia del momento, abandonar el desaliento y obligarme a responder las preguntas personales que me siguen inquietando. No fueron necesarios más de unos pocos segundos para ser plenamente consciente del bloqueo mental y emocional al que estaba sometida, llegándome un bombardeo casi instantáneo de preguntas que fueron formuladas con antelación, cuyas respuestas intenté evitar. No hay nada más verosímil como la certeza de una afirmación o negación propia, y como tal, el paso siguiente: tomar la decisión. Mis programas mentales que evitan desembocar en tal situación son cada vez más complejos, y cada vez me resulta más confuso ser consciente del autoengaño que he conseguido construir. Siempre vuelvo al mismo punto en el que me encuentro, un reflejo de la situación actual en la cual tengo que tomar una decisión que creo que determinará el porvenir de mi ser. Y solo desearía no ser, como cuando me dejaba arrastrar por el acontecer del día, solo siendo en presencia, pero no en existencia.
Esto me lleva a retomar una formulación que muchas veces vaga por mi cabeza, ¿se puede ser – entiendo el ser como ente- sin existir? ¿La inexistencia es símil de nada? Solo logro racionalizar pequeños esbozos inconexos sobre ello, que me impiden comunicarlos por medio de un lenguaje claro y razonado. Quise delegar su respuesta a las ciencias, intentando comprender los mecanismos intrínsecos del ser. Dicha materia me ha ofrecido el conocimiento de distintas perspectivas que jamás habría podido lograr comprender, no reconociéndome ni en los planteamientos iniciales en el transcurso de mi reprogramación personal. Había dispuesto tanta confianza en que simplemente por dedicarme a este conocimiento podría ser capaz de dar una respuesta a ello, que cuando me di cuenta de que jamás lo obtendría me hundí en la realidad. Y aquí me encuentro, plena defensora de las ciencias admitiendo que el motivo por el cual decidí encaminar mi vida profesional a este conocimiento no puede abordarse solo por un conocimiento científico.
En este punto es en el cual me encuentro, siendo consciente de que no me puedo dejar arrastrar por la temporalidad del momento, ya que la temporalidad es finita y está llegando a su fin. Decidir encaminarme hacía la introspección por otro camino, porque para mí todo carece de sentido si no es por un conocimiento del ser. Tengo miedo de distanciarme de todo lo que he aprendido, emprender un nuevo camino desconocido y cuando llegue el momento concreto, darme cuenta de que no era lo que buscaba. ¿Por qué nada me complace?

Solo tengo conocimientos, teorías e hipótesis, demostrables y refutables que jamás negaré. Pero no me son suficientes para la contemplación del ser. Y, me reitero, para mí todo carece de sentido sin entender qué es el ser. Mi vida, la vida.

domingo, 15 de octubre de 2017

7 de septiembre de 2014

Llevo algún tiempo eludiendo vestir mis sentimientos e introspecciones por una tipografía Times New Roman, la cual encuentro demasiado impersonal para la actual versión de mi misma, una versión más veraz de mi existencia. No me encuentro en la necesidad de ampararme en otra letra que no sea aquella que se caracteriza por acompañar cada línea terminal de las consonantes por unos trazos rectos y altos que se escapan de las leyes de la medición, una confusión entre la última vocal y la v, o unas tildes que no estén tumbadas hacia el lado contrario del que debieran, porque mi rapidez cognitiva va por delante de cualquier movimiento llevado a cabo por mi mano derecha o de cualquier pensamiento verbalizado. Me siento más sincera cada vez que abro mi vieja libreta, la cual parece nunca acabar, y ofrecer un par de frases nuevas a toda una composición personal que no es más que mi evolución entre miles de contradicciones que me definen.
Sin embargo, acabo de encontrarme vagando por mi ordenador un word escrito en dicha tipografía adquirida por defecto, en el cual no puedo verme más reflejada, y al mismo tiempo tan distante, de esa versión del 2014 de mí misma.

Nunca me han gustado las películas francesas. Su lento transcurrir por tramas corrientes nunca me ha sido de gran inquietud. Tampoco me considero una melómana que conozca el tema con gran intensidad, pero por meros gustos cinematográficos resaltaré una cita de una de las películas más inquietantes que he visto: ‘’Nunca pasaba nada, como en las películas francesas’’. Creo que en el momento que escuché esa frase intrépida surgió algo en mí, un nuevo pensamiento, un nuevo concepto, una manera distinta de observar aquello que consideramos veraz y garante de certeza. Comenzó una etapa de vacío, de sentirme perdida en el gran abismo que llamamos vida; todo cambió en mí, y por muy triste que resulte, renuncié al Idealismo, aquello por lo que yo era, por lo que luchaba, dejándome sumida en un escepticismo fruto del inconformismo con la realidad. Lo más triste de todo, es que renuncié a los sueños, asumiendo que ‘’no eran buenos tiempos para los soñadores’’.

Siguen sin gustarme las películas francesas, a pesar de que las bandas sonoras que las acompañan han generado en mí una dependencia enfermiza por ellas. Hace bastante que abandoné el Idealismo al que hacía alusión; probablemente, desde ese 7 de septiembre nunca volvería a tenerlo presente. Sin embargo, logré aprender a convivir con el escepticismo, a no negar la dualidad de todas las cosas, teniendo presente el sinfín de los posibles análisis dependiendo del punto de vista a valorar. Acepté entrar en el juego de las contrariedades, y pude vislumbrar la consonancia entre el Idealismo y el Realismo. 
Me parece insólito cómo puedo a la par reconocerme y entenderme al leer aquello, peros sentir en  pequeños detalles lo diferente que pienso. Y a la par, lo igual que lo hago. Antes me habría criticado por contradecirme, pero ahora, solo veo en ello un motivo más por el cual reafirmar que lo natural es por definición cambiante. Somos seres naturales sometidos al cambio, y quizá ahora si sean buenos tiempos para los soñadores.

sábado, 29 de abril de 2017

Resaca emocional

''Soy todo lo que soy, porque tú eres todo lo que quiero''. Y qué frase tan cierta, y a la par tan inexacta. 

Deslumbra una imprecisión que radica en el receptor del mensaje; un receptor personal, sensorial, cercano y bien conocido. Pero lo cierto es que, a día de hoy, no existe un ente al que disponga tanta prioridad. Siento una tenue tristeza de tal situación, porque es demasiado el afecto que llevo acumulado y ,sin embargo, me veo incapaz de ofrecer.
Es una sensación de parálisis emocional, que me impide sentirme cómoda intentando mostrar la importancia que alguien me pueda suponer. Me he acostumbrado a no reaccionar hasta que no me he asegurado de que ese hipotético receptor sensorial de el primer paso. Pero, ¿qué sucede cuando una conjunción de fuerzas superiores se ponen de acuerdo para obligarme a reaccionar primero? Es difícil sobrellevar el debate interno entre lo que sientes por dentro, y los sentimientos que dejas que fluyan externamente. Ojalá ese filtro personal por el que pasan todos mis sentimientos se desvanezca, porque la carga emocional que queda acumulada dentro es tanta, que acaba desbordándose. Un desborde que culmina en una gran explosión emocional, en un arrepentimiento de no haberme atrevido a compartir tales atributos sensoriales. Puede ser que padezca de una patología muy común, conocida como ''cobardía emocional'', pero aún no lo tengo tan claro. Es más un miedo irracional a dejarme vislumbrar lo que quiero. Y como viene siendo común en mí, cuando concluyo siendo consciente de lo que quiero, y lo que tengo asumido a querer, ya es demasiado tarde. A día de hoy, es un patrón de actuación personal muy predecible, pero algún día pasado no lo fue tanto. Es algo contra lo que intento luchar porque sé cómo funciona, sé cómo funciono.
La problemática reside en asumir la existencia de otro factor que interactúe con el patrón descrito con anterioridad, y que en conjunto deriven en la aparición de tal incapacidad emocional. Y lo cierto es que, por mucho que pienses que ya has dedicado demasiado tiempo en conocerte, siempre habrá detrás de una actuación irracional, algo nuevo que desconocías de ti mismo. En eso se basa descubrir la vida, en redescubrirte. El duro camino de la introspección se pone de manifiesto con un desdén emocional.

Volviendo a la frase de partida, su inexactitud abarca más conceptos, como la fluctuación de la identidad personal con respecto a lo que nos rodea. Al ser, junto a sus circunstancias. Y es que, el gran dilema existencial es el siguiente: si me encuentro en la encrucijada emocional de no poder exteriorizar lo que siento, porque desconozco lo que deseo, y por ende las circunstancias externas no se ofrecen como lo que tienen la potencialidad de ser, ¿esas circunstancias actuales son las que ponen de manifiesto mi ser, o son las circunstancias potenciales las que reflejan lo que soy? ¿Es una diferencia de acontecer lo que marca lo que somos, o lo que somos radica en las distintas posibilidades de actuación?

domingo, 9 de abril de 2017

Las cosas que me da por pensar cuando me tengo lejos

Que la mente humana haya adquirido gran complejidad a lo largo de la evolución es algo palpable a la vista de cualquiera. Lo verdaderamente maravilloso, es la aceptación de la gran divergencia existente entre los distintos entes dotados de tal complejidad cognitiva. Predisposiciones distintas a resolver un problema existente, que reflejan en último término la fuerza natural superior en la que estamos inmersos. Un universo que combina existencia con inexistencia, falsedad con veracidad...todo se resume en un juego de contrariedades. Me parece realmente gratificante poder disfrutar de mentes distintas, pensamientos generados por conexiones neurales distintas, guiadas por una esencia puramente personal. Pero tal dimensión gratificante se termina difuminando cuando la percepción de ello se efectúa dejándose guiar por los patrones del propio intelecto. Y qué será que todo humano tiene una cierta tendencia a convertir lo valioso en algo banal. Nos seguimos empeñando en intentar comprender, cuando el entendimiento no es fruto de lo natural. Disfrutemos de las grandes mentes existentes, y dejemos de calificar a lo distinto, porque lo característico y distintivo es por definición natural. Hagamos el favor de dejar de ser antinaturales.

sábado, 8 de octubre de 2016

Fake empire

La mente es capaz de desechar información innecesaria con la única proposición de discernir entre lo importante, y lo accesorio. Así es como funciona la gran máquina antropológica. Pero lo verdaderamente increíble, es su capacidad para olvidarse de circunstancias que ocurrieron en un pasado, y que dejaron una sensación amarga.
Recuerdo que tuve una época en la que me levantaba con unas ganas exorbitantes de llorar. Sentía un dolor interno sin razón alguna, y solo podía estar confusa. Aturdida por no entender la situación, por no saber qué me estaba sucediendo. Las lágrimas eran el reflejo de una presión interna, de una conjunción de percepciones palpables, y a la vez abstractas. Así fue como la sensación de tristeza logró exteriorizarse. No me sentía segura, y quizá fue la primera toma de contacto con la soledad. De esto ya hace 10 años, pero hoy lo he vuelto a recordar, y aun así, percibo mi incapacidad de poder describir con todo detalle el acontecer de los hechos. No lo veo como algo dramático, a pesar de que nunca he llegado a entender por qué me sucedió aquello. Sucedió en esa época donde la ingenuidad solo deja cabida a la felicidad, donde los pensamientos negativos no existían, y donde lo malo y lo bueno se distinguían demasiado bien. Y yo me sentía hasta el momento feliz. De lo que si tengo noción es de que después de unos meses me dejó de suceder, pero la felicidad que me acompañaba antes, me había abandonado. El transcurrir del tiempo me impide poder conectar todo lo que recuerdo, y quizá en ello se base todo, en la conexión de las partes para reconstruir el todo, y llegar al detonante.
Hoy he vuelto a sentir esa tristeza, y sorprendentemente, sin fundamento. Por ello, hoy he vuelto a recordar aquel episodio. Ahora soy capaz de distinguir que la falta de motivo alguno para llegar a esta situación no significa que no exista nada, sino todo lo contrario. Son tantas razones las que influyen, que al unirlas no existe nada empírico a lo que poder atribuírselas.
Quizá hoy he vuelto a mi melancolía natural, ya era demasiado tiempo el que pasaba alejada de ella.

sábado, 17 de septiembre de 2016

Siempre conocemos a un alguien capaz de hacernos olvidar la alegría de viajar libres por el mundo.

Hoy soy capaz de sentir la necesidad de buscar palabras, o quizás de buscar en ellas, un sentido a ciertas circunstancias acontecidas. Circunstancias o momentos de gran carga energética, en los que soy plenamente consciente de la grandeza del ahora. Una conexión que trasciende a la cotidianidad, en la que la propia esencia valora lo racional desde otra perspectiva. Todo sucede tan rápido, sin un orden y un tiempo determinado, que solo da tiempo a sentir la perplejidad del factor sorpresa. 

Muchas de estas experiencias las sigo recordando, aún sin saber el por qué son tan únicas. Algunas experiencias de este calibre se dieron al ponerme de manifiesto la esencia de otro ente racional. Es una sensación inexplicable. Sentir una cierta conexión de ambas energías vitales, acompañada de una gran ternura y de un sinfín de sentimientos más, que hacen que valore de manera palpable la complicidad establecida con el otro. Ello se pone de manifiesto en unas circunstancias propias, y es esa relación, del ser con el ahora, las que generan la grandeza de lo sucedido. Es curioso cómo se puede generar tal unión con alguien desconocido, incluso con alguien que no vuelves a ver jamás. Pero a veces, esa conexión lleva al contacto continuo con esa persona, y es en ese momento en el que te das cuenta del sentido que tiene haber conectado momentáneamente con ella. Es como una especie de aviso que ayuda a vincular a ambas personas, a hacerlas coincidir en un camino que podía haber divergido, si las leyes de la física hubieran seguido por otro camino. No lo valoro como una especie de destino, sino como una fuerza física capaz de anclar cargas energéticas, al igual que un polo negativo muestra su atracción hacía un polo positivo. O como un átomo de Carbono tiende a interactuar con uno de Oxígeno.
Hoy he vuelto a recordar una de esas conexiones, o desconexiones, según desde el punto que se valore. El lugar protagonista estaba sustancialmente lleno de personas; mi consciencia abandonó aquel lugar en el momento que me giré y coincidí con la mirada de otra persona. Coincidieron ambas miradas, y durante unos minutos nadie dijo nada. La desconexión con ese ahora la viví con una grandeza desmesurada, observando a ese ente con otra mirada distinta a la que suelo observar a la masa. Sentí esa extraña conexión, que en algún momento terminó por desvanecerse. Cuando ese momento pasó a formar parte del pasado, quedó en mí una sensación de plenitud incomprensible. Ambos convergimos en un punto, para luego divergir hasta el momento. Pude comprobar si esa sensación fue recíproca, y quizá fue esa comprobación la que me dejó aún más perpleja. Solo podemos valorar la grandeza de lo sentido por nosotros mismos, pero lo verdaderamente maravilloso es recibir una afirmativa de haber sentido un ‘’algo’’ extraño, por dos extraños, en un momento extraño, y a la vez.
Personas, momentos, lugares, conversaciones, que te hacen desaparecer momentáneamente de ese ahora, que te hacen trasladar a una dimensión paralela, donde la simplicidad de la vida parece real.

Por eso hoy necesitaba buscar palabras, para encontrar en ellas un respaldo para poder valorar la grandeza de la existencia humana.

miércoles, 4 de mayo de 2016

En la diversidad está el sentido de la lucha.

Me he visto en la obligación de disponer de un par de días para poder exteriorizar todo lo vivido, y sobretodo, sentido, durante estos últimos 4 días. Necesitaba tiempo para poder ordenar mis ideas y sentimientos, ya que estos estaban cambiando de una manera sustancial muy radical. Llevaba tiempo sintiéndome parte de nada, una nada incomprendida, insegura, que hacía inviable poder dejar al descubierto mi propio ser. Todo esto generó una desconfianza hacia los demás, degenerando en una pragmática introspección desmoralizadora de toda ontología que me rodeaba.

La necesidad de escapar de la rutina y de la visión desesperanzadora al final se llevó a cabo.  Llevaba tiempo teniendo en mente que quizá lo que necesitaba era la búsqueda de mis propias convicciones hacia otra dirección, pero la desorientación permanente me dejaba el mismo desaliento. Nunca me hubiera imaginado que esta vía de escape llegaría de la forma más fortuita, y es aquí cuando empieza mi desmantelamiento personal: existe la esperanza.

Por primera vez no me levantaba con una sensación horrible de inexistencia, de disconformidad con mi esencia, de tristeza, ni de soledad, sentimientos suscitados por la falta de optimismo. Por primera vez, me he encontrado segura estando rodeada de personas. Personas con una indubitable y particular esencia, que me han hecho sentir parte de un todo garante de sentido y confianza. Me resulta inverosímil el hecho de que, personas con una ontología tan desconocida aún para mí, hayan conseguido generar un ambiente de comodidad. La grandeza de la diversidad estriba en poder confluir en los mismos patrones, solo así podremos sentirnos seguros del todo, al encontrar  una reafirmación de las propias ideas.  Parecía imposible poder coincidir con entes racionales que compartiesen conmigo ciertos ideales, y aquí es cuando llegó otra vez la esperanza. Esto ha hecho reafirmar de forma positiva mi propia visión del hombre: aún existe esperanza para mi visión del mundo. Después de tantas decepciones protagonizadas por mis iguales, carecía de sentido la admisión de una posibilidad de sorpresa. Por primera vez, he disfrutado del momento sin la necesidad de imbricar una marcada pauta de acontecer a la actuación de los demás. Por primera vez, me encuentro conforme con mi esencia.

Es tan indescriptible que pueda cambiar radicalmente la propia concepción de la visión del mundo, que ya no sé ni que visiones personales tengo seguras. Solo puedo aventurar que este cambio de pensamiento me ha hecho sentirme un poco más completa, ya puedo volver a sentirme segura de lo que soy, y seguir con la propia introspección dentro de un marco de positividad. He tomado conciencia de que el miedo a decidir coger un camino u otro, no te exime de la necesidad de elegir. En eso se basa todo, en las propias elecciones: tomar el control de la situación e impedir que la vida te arrastre.


viernes, 18 de marzo de 2016

Acontecimientos turbulentos

Panorama: un día cualquiera con gente cualquiera. Llega un momento en el que te sientes incómoda, sentimiento suscitado, o bien por el tema de interés general, o bien porque te das cuenta de que el interés que les crea a ellos no tiene el mismo efecto en tí. Decides quedarte abstraída, mientras intentas superar la incómoda situación. Empiezas a reunir detalles y a crear un universo paralelo que te lleva a replantearte muchas cosas, las suficientes para sentirte insegura e incapaz de seguir con la farsa. Sí, una farsa de inocencia mostrada con estas  personas, cuando mis juicios de valor hacia ellos me las califican de personas sin algo más allá de su propia personalidad. Vacías, o llenas de pensamientos o vivencias pasadas, sin algo más.
Hay días en los que me apetece desaparecer y que nadie vuelva a saber más de mi, porque es triste sentirte cerrado a poder compartir mi parte más personal, la que queda fuera de la superficie accesible a la mayoría de la gente que se sabe mi nombre. Quiero conocer a gente que me quiera conocer. Quiero poder sentirme segura ofreciendo la contemplación de mi ser. Quiero gente que sepa entender que para mi la línea del realismo y del idealismo me resultan muy moldeables. Necesito una evasión completa para poder seguir guardando la poca esperanza que aún conservo.Quiero deshacerme de esa gente que mira por encima del hombro las actuaciones inverosímiles conducidas por el idealismo. A todas ellas le digo lo mismo: no hay persona con más pies en la tierra y corazón en el cielo que yo.

martes, 15 de septiembre de 2015

Las rarezas fijan el precio de las cosas.

El cielo permanece en un gris impersonal, mientras una envolvente lluvia aterriza en estos últimos días de verano con un único fin: anunciarnos la necesidad de una analogía entre la rutina invernal, y el tiempo meteorológico. El mal tiempo involuntariamente nos condiciona a generar una predisposición hacía el mundo melancólica, y hoy no podía ser de otra manera. Detrás de un día triste, siempre hay alguien nostálgico;  parece que me gusta excusarme en ello.  

Hace tiempo que perdí la esperanza en el sentido de mi existencia. Es difícil intentar comprenderse a uno mismo cuando no hay nada que egoístamente te haga sentir complacida. No me malinterpretéis, ello no se genera por el  hecho de no sentirme completa, si no de sentir que no voy hacia ningún sentido, de sentirme arrastrada por la vida. Aunque llegué a un momento de apatía gracias a ello, siempre albergaba en mí unos resquicios esperanzadores dispuestos en siluetas reales y visibles, que hacían palpable una oportunidad de cambio en mi  rumbo. Confié en su existencia, y una vez más, todo se desmoronó. Me dejaron al descubierto la triste realidad: no tenía nada a lo que aferrarme. No me queda nada de esperanza, ni para mí, ni para mi visión de lo que me rodea. El férreo e inocuo desdén no me apenó demasiado. Cuando te has acostumbrado a decepcionarte, cada decepción duele menos. Noté la evaporación de esta pérdida, pero no disfruté demasiado de su sabor amargo: he vuelto a la apatía.


Hoy me limito a no pensar, solo a disfrutar de mis rarezas propias de un día como hoy. En días tristes, sigo el mismo ritual: mientras anochece pongo la luz de una pequeña lámpara que me genera un cómodo ambiente de penumbra. Nada más reconfortante como abrir las ventanas, escuchar el sonido de la lluvia al compás de Death Cab For Cutie. Solo esto consigue despreocuparme.