viernes, 16 de febrero de 2018

¿Preguntas superficiales o respuestas vacías?

La impersonalidad me lleva abrumando un tiempo incierto. Su inexactitud temporal me impide discernir con claridad el causante de dicha predisposición. Me he abandonado a la temporalidad rutinaria, vagando por lugares, tiempos, sonidos y hechos establecidos por la monotonía. La falta de motivación alguna era palpable, evidenciando incluso un punto en el que nada parecía importarme. Me daban igual la imperfección o lo incorrecto, ya que la búsqueda de todas sus contrariedades no parecían evocarme nada satisfactorio. El continuo abandono al acontecer rutinario me llevó a generar una sensación de confianza, delegando mi porvenir al momento. En este proceso de sueño lúcido me dejé guiar por un atardecer que pronto dejó a su alrededor la penumbra típica de las 19.00 de una tarde en pleno invierno peninsular. La oscuridad venía acompañada de un candescente frío, que de manera inverosímil, me transmitía una calurosa tranquilidad. 

Fue en este contexto donde decidí conscientemente romper con la inconsciencia del momento, abandonar el desaliento y obligarme a responder las preguntas personales que me siguen inquietando. No fueron necesarios más de unos pocos segundos para ser plenamente consciente del bloqueo mental y emocional al que estaba sometida, llegándome un bombardeo casi instantáneo de preguntas que fueron formuladas con antelación, cuyas respuestas intenté evitar. No hay nada más verosímil como la certeza de una afirmación o negación propia, y como tal, el paso siguiente: tomar la decisión. Mis programas mentales que evitan desembocar en tal situación son cada vez más complejos, y cada vez me resulta más confuso ser consciente del autoengaño que he conseguido construir. Siempre vuelvo al mismo punto en el que me encuentro, un reflejo de la situación actual en la cual tengo que tomar una decisión que creo que determinará el porvenir de mi ser. Y solo desearía no ser, como cuando me dejaba arrastrar por el acontecer del día, solo siendo en presencia, pero no en existencia.
Esto me lleva a retomar una formulación que muchas veces vaga por mi cabeza, ¿se puede ser – entiendo el ser como ente- sin existir? ¿La inexistencia es símil de nada? Solo logro racionalizar pequeños esbozos inconexos sobre ello, que me impiden comunicarlos por medio de un lenguaje claro y razonado. Quise delegar su respuesta a las ciencias, intentando comprender los mecanismos intrínsecos del ser. Dicha materia me ha ofrecido el conocimiento de distintas perspectivas que jamás habría podido lograr comprender, no reconociéndome ni en los planteamientos iniciales en el transcurso de mi reprogramación personal. Había dispuesto tanta confianza en que simplemente por dedicarme a este conocimiento podría ser capaz de dar una respuesta a ello, que cuando me di cuenta de que jamás lo obtendría me hundí en la realidad. Y aquí me encuentro, plena defensora de las ciencias admitiendo que el motivo por el cual decidí encaminar mi vida profesional a este conocimiento no puede abordarse solo por un conocimiento científico.
En este punto es en el cual me encuentro, siendo consciente de que no me puedo dejar arrastrar por la temporalidad del momento, ya que la temporalidad es finita y está llegando a su fin. Decidir encaminarme hacía la introspección por otro camino, porque para mí todo carece de sentido si no es por un conocimiento del ser. Tengo miedo de distanciarme de todo lo que he aprendido, emprender un nuevo camino desconocido y cuando llegue el momento concreto, darme cuenta de que no era lo que buscaba. ¿Por qué nada me complace?

Solo tengo conocimientos, teorías e hipótesis, demostrables y refutables que jamás negaré. Pero no me son suficientes para la contemplación del ser. Y, me reitero, para mí todo carece de sentido sin entender qué es el ser. Mi vida, la vida.