domingo, 16 de noviembre de 2014

Tiempo para mi; y para todo lo demás.

Hablamos de la necesidad del tiempo como una fuerza capaz de sustentar nuestra existencia, de perecer en un momento, en un ahora, un antes o un después. El tiempo es el dueño de la causa y del efecto, y del sosiego también.
El trabajo más costoso sin duda es el de la aceptación. Aceptar la realidad tal y como se nos acontece, concluyendo con la desnudez del autoengaño. La existencia de la relatividad y de la subjetividad premian al olvido, un olvido natural que no es otro que aquel que nos hace sentirnos en perfecta conjunción y armonía con nuestro yo más interno. Todos los momentos por los que vagamos acaban viéndose afectados por un filtro acomodado y dirigido por nosotros. Unas veces logramos mantenerlo de forma paralela a la realidad, pero la gran mayoría de las veces acaban desembocando en meras percepciones equivocas y perniciosas para nosotros mismos. Sin embargo, en un lugar de nuestra conciencia sabemos que ello no es la verdad de lo acontecido, creemos que podremos sobrellevarlo, pero que es mejor para uno mismo enterrarlo y hacer como si jamás hubiera existido. De forma análoga, sabemos que en algún momento tendremos que descubrirnos, y que el momento de decencia con nosotros mismos llegará. Pero las circunstancias que más cuestan aceptar son aquellas en las que las riendas son abandonadas por nuestra conciencia. La falta de claridad del género humano y la distinción de los filtros personales son los causantes de la ingratitud personal.
Hay veces en las que me domina la inocencia, me olvido de la subjetividad y creo, de una manera  idealista, que el efecto desencadenado en mi por estas circunstancias ajenas era el previamente enviado con meditación. Esta tenue inflexión desemboca en tristeza, en autocompadecencia incluso, No hay peor sentimiento que el de sentirse dolido con uno mismo, desilusionado. Es por ello que tanto valoro la necesidad de tiempo; tiempo de catarsis personal, de aceptación de lo ajeno, de aprender a curar heridas. Es curioso la contingencia del tiempo; me doy cuenta de su paso, sin embargo parece que los efectos no se perciben a simple vista. No siento que los golpes vayan sanando, pero los noto lejanos, como si fueran algo que que un día fue, pero que lo siento de una manera distinta. La viveza va desvaneciéndose con el paso del tiempo. Pero nunca se logra la reparar la parte herida, esa ya la hemos perdido.

lunes, 3 de noviembre de 2014

Correspondencia emocional.

Verdaderamente se dice y se acentúa constantemente que actuamos de una manera de la cual las riendas las soportan los sentimientos; la ira, la codicia, la envidia, o quizás la tristeza, configuran la parte oscura de una gran variedad de predisposiciones, predisposiciones que no son más que sentimientos, que en proporciones equitativas y dominados siempre por la voluntad, hacen de nuestra buena o mala fe una presa indispensable.
El enigma radica cuando el objetivo hacia el que encamina el sujeto emisor el mensaje es hacia otro de sus iguales, otro ser equipado de alma, sentimientos y conciencia. De dicho escenario, el sujeto principal espera como respuesta algo similar, que no igual, a como él y solamente él traduciría dicho mensaje generando una respuesta que lleve entre dicho los sentimientos del propio receptor. Caer en la decepción parece tan improbable que al final lo acabamos visionando como una suposición de hecho trastocada, que peca de generar duda tachándola de falsa. Se genera un juicio hacia el otro, un juicio que muestra el poco interés de la otra persona, la decadencia sentimental de sus actos hacia el sujeto, un juicio de valores humanos. Así el genero humano se ve incapaz de entender la razón por la que ha sido decepcionado, una decepción inmaculada por la respuesta inesperada e injusta generada por el receptor; una respuesta descompensada en la proporción de los sentimientos emitidos. Al no entender esta desproporción, mostramos una predisposición negativa negándonos a nosotros, autocompadeciendonos como seres ingenuos , adquiriendo tales adjetivos negativos que nos llevan a la desdicha. Si lográsemos aceptar que la opción de la existencia de la no-correspondencia afectiva existe, aceptar lo negativo en resumen, dejaríamos que dicha situación no sobrevolase los límites de la carga emocional. Pero los hechos no se pueden evaluar como individuales, sino como un conjunto de correspondencia/no-correspondencia que caracterizan a las actuaciones de los demás. Quizá si lo tuviéramos más presente desaparecería la intención de definir los límites de la relación de los sentimientos con la otra persona, igual sería  lo más acertado.