No hay momento al día en el que no tenga la plena
consciencia de todo lo que pudo haber sido, y no fue; de todo lo que fue, y con
una pizca de ingravidad, dejó de ser. Pero la peor sensación interiorizada, sin
duda, es la de poseer la certeza de que su origen no es impersonal. Como todo,
al convertirse el paso del tiempo en el único protagonista de otra triste
historia más, terminas valorando a tu yo del pasado como un ser ignorante. Una
sensación de angustia y de rabia te recorre todo el sistema circulatorio,
impulsándote a abalanzarte sobre ese despojo errante, con el único fin de
ofrecerle una calurosa bienvenida a la realidad. Al final el único que se
atreve a poner cordura en la situación es el tiempo incesante, ese que una vez más te
recuerda, que pese a todo, el antes y el después siguen sin poder solaparse.
He dejado de ser. Hace
tiempo que no me tomo la delicadeza de intimar en mí misma, evadiéndome de
circunstancias que me preocupan y me entristecen. Las pérdidas hacen daño, más
cuando se desconocen los motivos. Es un rol que me cansa demasiado, intentar
buscar las fórmulas magistrales que me ofrezcan
una explicación lógica de la ocurrencia de sucesos inverosímiles. Parece que la
magnificación de esta realidad, ha quedado reducida a hechos sociales dominados
por el aprecio de una amistad perdida, y de verdad que lo siento. Es una situación
incómoda, pasar de ser para alguien, a solamente existir. Al principio supuse
que sería algo pasajero, mis sentimientos tampoco eran los mismos. El problema
es que yo no era la misma, ni tú, ni mi entorno. Te culpé por engañarme, por
haber dejado crearme una imagen distorsionada de tu ontología. Ahora, ahora
solo me puedo culpar a mí, porque ahora te puedo observar tal y como eres. Solo
puedo disculparme por no sentir lo mismo, porque para mí todo ha cambiado, y de
verdad que lo siento, pero sin duda lo que nunca cambiará es la grandeza de lo
que sentí.
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