viernes, 12 de diciembre de 2014

Frialdad

Es difícil acostumbrarse al vacío existencial. Llevo tanto tiempo abnegada y reprimida en este contexto que me sería difícil concretar el momento en el que todo ello se desencadenó.
La verdad es que a todo una se acaba acostumbrado; el dolor persiste, es algo que siento con gran viveza. Un dolor que va más allá de lo físico, un dolor mental, un dolor incluso del alma. Noto como se encoje, se retuerce, y se libera a veces con algunas lágrimas. Acabas acostumbrándote. Llega un punto en el que la descomunal fuerza del dolor es tanta que te acabas resignando a ella, acabas cediendo, y los sentimientos no pueden con ella. Ha ganado la frialdad. Por unos momentos te dejas envolver por la apatía, sigues sintiendo frío y tristeza, mucha: has renunciado a los sentimientos.
Pero...¿realmente se puede renunciar? Acabo de recordar una cuestión que me sigue inquietando tanto como la primera vez que la escuché, una cuestión que abandona lo vanal. Si pudieras renunciar a los sentimientos, si te privaran de dolor, ¿aceparías?. Esta pregunta llegó a calar hasta el más pequeño ápice de inocencia. Hay momentos en los que la tristeza es tanta que pienso que aceptaría sin lugar a dudas, pero esta postura no consigue durar más de un pequeño lapso temporal de ingratitud. Solo de pensarlo se desencadena en mí un inequívoco miedo, no creo que fuera capaz de sobrellevar esa tenue situación. La mayoría de los días me levanto con una sensación horrible de inexistencia, siento tristeza, soledad, un sin fin de sentimientos guiados por la falta de esperanza, pero no dejaría de querer sentirlos, gracias a ellos sé que soy libre, se que escojo mis deseos; gracias a ellos puedo reafirmar mi existencia, mi contingencia, mi vida. No aguantaría vivir en un mundo en el que la apatía viniera acompañada de inexistencia. Estaría privada de una parte de mi, mi manera de actuar probablemente fuera otra, y de pensar. Seguiría sin sentirme en conjunción con mi esencia. No merecería nada la pena, aún sabiendo que sea cual sea su ingratitud, jamás desaparecerá.

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